Iorix el grande
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Alix, "Iorix el grande"
Nada es para siempre. Todo toca a su fin y si hay dos cosas especialmente efímeras, ésas son la gloria y la dicha. Mi dicha de este verano han sido las lecturas de las aventuras de Alix dibujadas por Jacques Martin y en estas líneas vengo a dar cuenta de la última. Aún me resta La torre de Babel, cuya segunda edición aguardo para dar puntual cuenta de ella, y Oh, Alejandría (1996), que compré la primavera pasada creyendo que también era obra de Martin en exclusiva. Empero al hojearlo en esos vistazos previos a la verdadera lectura, he descubierto que el maestro contó con colaboradores. Será que esa ceguera, que según cuentan en las esplendidas misceláneas de estas segundas ediciones acabó por impedirle trabajar en sus últimos años -triste destino para un dibujante de cómics-, ya había empezado a hacer mella en él.
En cualquier caso, este Iorix el grande (1972) del que hoy vengo a dar noticia, fue la primera entrega que sucedió a esa "época dorada de Alix" y, a todas luces, revalida la bonanza de aquélla. No recuerdo las aventuras que la sucedieron puesto que las leí hace mucho tiempo, en las primeras ediciones de Norma de los años 80, y aún no tomaba notas. No obstante, tengo la sensación de que el nivel se mantiene hasta La cólera del volcán (1978) que, por estar ambientado íntegramente en una isla, se me antoja menos rico en lo que a escenarios se refiere.
Pero estamos con Iorix el grande. En sus viñetas, Alix vuelve a ser comisionado por Roma. En esta ocasión se le pide que lleve de regreso a la Galia a una legión oriunda de allí que ha combatido en Siria a los partos como una tropa mercenaria a sueldo de los romanos. Alix, en la idea de que su padre estuvo entre ellos, acepta de buen grado. El tribuno Horatius y su homólogo Iorius desconfían de él.
La desconfianza que Alix, dada su juventud, inspira a no pocos de aquellos a quienes Roma se lo impone -quiero recordar los recelos de los notables de Cartago en La isla maldita-, ya era algo frecuente en la serie. Lo que sí se ve aquí por primera vez es una fisura en la elevada idea que Martin, no obstante la esclavitud y el resto de los crímenes sobre los que se alzó la antigüedad clásica, tenía de Roma. Que distinta de la Robert E. Howard en Los gusanos de la tierra.
Muy en sintonía con el signo de aquellos años 70 en los que Iorix comenzo su edición seriada de Iorix el grande en la revista Tintín, también hay que dar noticia de cierto apunte erótico que, a buen seguro, ha de ser uno de los primeros desnudos en la historia de mi amado Noveno Arte, es el que protagoniza Ariela en la primera viñeta de la página 41. Creo entender que todos esos esbozos sicalípticos, que esporádicamente asoman en las aventuras de Alix que llegaron después y que llaman tanto mi atención por ser las únicas de toda la Línea Clara, tienen su origen aquí. Bien es verdad que la Lidia de La tumba etrusca es la primera chica de la colección. Pero por más que inspire a Brutus, el villano de aquella entrega, resulta un personaje asexuado.
Volviendo a la historia propiamente dicha de Iorix el grande, a ese hilo de Ariadna que llamaba al argumento el gran Hergé, la legión mercenaria -a la que acompañan sus mujeres e hijos- aún no ha iniciado su marcha de regreso desde Tracia hacia su Galia natal cuando ya es objeto de la codicia de Lucius Varrón y Gaius Murena, jefes de un par de fuertes romanos de la región. Son conscientes de que los galos portan con ellos el oro con que han sido pagados y quieren arrebatárselo como sea. A tal fin urden un plan haciendo creer a los bárbaros que los galos quieren invadir su territorio. Ésta es la perfidia romana a la que me refería anteriormente. Y si ya es toda una sorpresa que Martin la presente, aún lo es más que la celada salga bien. Pues al comprender la situación, los galos deciden entregar el oro a los romanos.
Para resarcirse de la pérdida del botín de los partos, Iorius ataca a los bárbaros para arrebatarles sus pieles. Es el comienzo de un delirio -consignado en las tres últimas viñetas de la página 29- que, tras masacrar a los bárbaros, le hará autoproclamarse rey de los galos. Cambia al punto el Iorius latino por el Iorix vernáculo. Pero al llegar a Galia, Iorix también arremete contra sus paisanos y su propia gente le acaba por lapidar.
Ya en esas ocho páginas de textos misceláneos, que incluye esta segunda edición, se habla del trabajo en los estudios de Hergé y de las actividades que desempañaba cada uno de sus miembros. Asimismo se deja constancia de cómo su carencia de documentación sobre la antigua Roma cuando empezó la serie, llevó a Martin buscarla en el peplum fílmico, al que el dibujante fue un gran aficionado. Como imaginaba -basta con reparar en la frecuencia de las carreras de cuadrigas- entre todas las películas de romanos que le influenciaron destaca Ben-Hur. Pero no la versión del 59 de William Wyler, sino la del 25 de Fred Niblo. Lastima que la dicha que han sido estas lecturas en la terraza ya esté tocando a su fin.
Publicado el 28 de agosto de 2014 a las 16:15.